Comentario
Capítulo II
Del Palacio Real del Ynga, llamado Cuusmanco, y de sus vestidos e insignias
Como los Yngas, desde Manco Capac, que dio principio a esta monarquía, fuesen cada uno por su parte añadiendo a su señorío y extendiendo sus reinos y vasallos, así cada cual iba extendiendo y ampliando su casa y Palacio Real, con edificios magníficos y suntuosos, aumentando la guarda de su persona y concediendo a los de ellas más libertades y privilegios, y poniéndolos en más orden y policía, y haciendo mayor muestra de su grandeza. Tenía el Palacio Real, llamado entre ellos Cuusmanco, dos soberbias puertas, una a la entrada dél y otra de más adentro, de donde se parecía lo mejor y más digno de estas puertas, y su obra era de cantería famosa y bien labrada, porque causa admiración notable que, no teniendo estos indios picos, ni otros instrumentos con que labrar y pulir las piedras, como no los tenían, las labrasen y ajustasen tan cabal y perfectamente, que no tenía el entendimiento más que desear, ni tacha ninguna que les poner.
A la primera puerta, en la entrada della, había dos mil indios de guarda con su capitán un día, y después entraba otro con otros dos mil, que se mudaban de la multitud de los cañares y de chachapoyas. Estos soldados eran privilegiados y exentos de los servicios personales; los capitanes que los gobernaban eran indios principales de mucha autoridad, y cuando el Ynga iba a la Sierra, iban junto a su persona, y se les daban las raciones ordinarias y pagas aventajadas, y andaban de ordinario acompañados de los hijos de los curacas y principales, muy lucidamente aderezados.
A esta puerta primera, donde estaba la guarda dicha, se seguía una plaza, hasta la cual entraban los que con el Ynga venían acompañándole de fuera y allí paraban, y el gran Ynga entraba dentro con los cuatro orejones de su consejo, pasando a la segunda puerta, en la cual había también otra guarda, y ésta era de indios naturales de la ciudad del Cuzco, orejones y parientes y descendientes del Ynga, de quien él se fiaba, y eran los que tenían a cargo criar y enseñar a los hijos de los gobernadores y principales de todo este Reino, que iban a servir al Ynga, y a asistir con él en la corte cuando muchachos.
Junto a esta segunda puerta estaba la armería del Ynga, donde había de todo género y diferencias de armas que ellos usaban, es a saber flechas, arcos, lanzas, macanas, champis, espadas, celadas, hondas, rodelas fuertes, todo puesto muy en orden y concierto. A esta segunda puerta estaban cien capitanes de los que más se habían señalado en la guerra y se habían ejercitado en ella, los cuales estaban entretenidos allí para, cuando se ofreciese alguna ocasión de guerra o jornada, despacharlos brevemente a ello, de suerte que en ninguna cosa hubiese dilación.
Más adelante de esta puerta, estaba otra gran plaza o patio para los oficiales del Palacio, y los que tenían oficios ordinarios dentro dél, que estaban allí aguardando lo que se les mandaba, en razón de su oficio. Después entraban las salas y recámaras, y aposentos, donde el Ynga vivía, y esto era todo lleno de deleite y contento, porque había arboledas, jardines con mil género de pájaros y aves, que andaban cantando; y había tigres y leones, y onzas y todos los géneros de fieras y animales que se hallaban en este reino. Los aposentos eran grandes y espaciosos, labrados con maravilloso artificio, porque como entre ellos no se usaban colgaduras, ni las tapicerías que en nuestra Europa, estaban las paredes labradas de labores, y ricas y adornadas de mucho oro y estamperías de las figuras y hazañas de sus antepasados, y las claraboyas y ventanas guarnecidas con oro y plata, y otras piedras preciosas, de suerte que lo más estimado y rico de todo el reino se cifraba en esta casa del Ynga.
Había en el Palacio del Ynga una cámara de tesoro, a quien ellos llamaban capac marca huasi, que significa aposento rico del tesoro, el cual servía de lo que acá la Recámara Real, donde se guardaban las joyas y piedras preciosas del Rey. Allí estaban todos los ricos vestidos del Ynga, de cumbi finísimo, y todas las cosas que pertenecían al ornato de su persona; había joyas ricas de inestimable precio, piezas de oro y plata de la vajilla que se ponía en los aparadores del Ynga. Toda esta riqueza tenían a su cargo cincuenta como camareros, y el mayor sobre ellos era un tucuiricuc, o cuipucamayoc, que era como veedor y contador mayor del Ynga, el cual tenía a cargo las llaves de ciedrtas puertas, aunque eran de palo a su modo de ellos, pero no las podía abrir sin que estuviesen sus compañero allí delante, los cuales también tenían su llaves diferentes. Tenía este tesorero, o contador mayor, gran salario y muchos provechos, porque el Ynga le daba muchos vestidos de los suyos, ganado y chácaras, y destos dones de él se llevaba las dos partes y la una era para sus compañeros. Sin estos que tenían a su cargo el tesoro, había otros veinte y cinco guarda-ropas, los cuales eran mancebetes desde doce a quince años, hijos de curacas y de indios principales, los cuales andaban muy bien tratados y vestidos ricamente, que les daba cada semana un mayordomo que tenía salario para ello, y era privilegiado pata andar en hamaca, cuando quería. Estos mancebos limpiaban los vestidos que el Ynga se vestía de ordinario, y a éstos se avisaba de qué color se había de poner el vestido, y lo preparaban, y también le servían de llevar los platos a la mesa, cuando el Ynga comía.